domingo, 27 de mayo de 2007

Jugué a imaginarme

Si me hubiera quedado en silencio, el día que jure estar creciendo, esta noche pesaría mi mente un poco menos. No llevaría a mis espaldas otra promesa rota.
Cuando te desperté, estabas radiante. No se que hizo que me atreviera a perturbar tu sueño.
Dormías, sonreías. Sonreías durmiendo. Soñabas sonrisas.
Jugué a imaginarme en tu sueño.
Corriendo, sin motivos. Corriéndonos.
La luna como trofeo, el sol como compañía. El pasto, tan verde y tan alto, testigos de la competencia que disputábamos. Nuestras caras, fieles reflejos de la necesidad de triunfar, al menos en algo.
Dejándote ganar la carrera lograba verte esplendida. Realizada.
Tu mirada no buscaba gente, no la necesitaba. Me tenía a mí. Solamente a mí. A mí y a una nube.
Llegábamos al mismo lugar por caminos diferentes. Me tomabas de la mano. Me regalabas un beso, segundos antes de que te lo pidiera.
Me decías te quiero y no necesitabas respuesta. No necesitabas de mi lo que no podía darte. No necesitabas nada de mi, solo que estuviera a tu lado.
Me querías.
Yo en tu sueño sin perturbarlo. Yo en tu sueño y vos radiante. Vos hermosa, yo jugando. Vos durmiendo, yo soñando

domingo, 20 de mayo de 2007

Retórica (ella seguro no va a estar)

¿Cómo le digo que no me sale ser mejor?
¿Cómo le explico que intento cambiar?
¿Cómo le cuento de mis esfuerzos por ella?
Si no me escucha.
¿Y si le cuento que pienso en ella todos los días?
No creo que, ciertamente, le importe. Solo sonreiría. Con eso sabe que me deja contento, especulando.
¿Me creerá cuando le diga que, siempre que deseo cambiar, lo hago por ella?
Sinceramente, en su lugar, no creería en mi.
Aunque esta vez sea cierto.
Es evidente. Soy una persona devorada por su inmadurez. Mis caídas recurrentes, en lugares comunes, no denotan real empeño.
¿Y si me sincero?
Voy y golpeo las puertas del cielo (o las de su casa)
Le muestro la nada que soy. Le oculto lo malo que puedo ser.
Pinto un cuadro, mareado, de lo que quiero ser.
Y en ese cuadro estoy yo, valiente y bien parado.
Estoy yo sabiendo lo que quiero.
En el cuadro estoy yo con el corazón abierto y pocas palabras.
Soy yo a las puertas de su casa

viernes, 11 de mayo de 2007

Deuda *

Una de las fuentes primordiales que, a mi entender, mueven al hombre son las necesidades. Y hoy estoy realmente conmovido por una de esas, que me llena el estomago de aire y la mente de nada, porque nada me queda.
Necesito pagarle a alguien una deuda que mantengo. Una deuda implícita y secreta, porque esta persona ignora la existencia de ella, como también ignora los esfuerzos que yo hago por pagarle.
Hasta el presente mantuve en secreto mi deuda.
Tal vez sea esta la vulgar manera que encuentro de retribuir lo que ella hizo y hace por mi. A ciencia cierta no se si es mucho, si es poco. Si alcanza o no. Ignoro también si soy capaz de hacer algo a la altura de las circunstancias.
Pero mi ansiedad no cesa. Debo, al menos, intentar pagarle.
Contraje esta deuda de a poco. Como quien extrae porciones de la luna, que parece no acabarse.
Día a día abrí mi mente para que la recorra y arme con lo que encuentre la mejor versión de mí.
Le perdí el miedo a su cara, no siempre alegre, y le exigí sonrisas aun cuando no estaba en su facultad darlas.
Descubrí que reía, el día que se rió de mí. Como si conociera las respuestas que debía darme ese día, que me vio en dos pedazos, y los demás.
Perdí la vergüenza a llamarla cada una de las veces que la necesite.
Descubrí que era frágil cuando ella, por fin, necesito de mí.
Perdí el miedo a la soledad en el mismo momento en el que aprendí el camino a su casa.
Descubrí que hoy es, mi amiga, mi hermana, mi mundo


*Idea original "Me van a tener que disculpar" de Eduardo Sacheri

sábado, 5 de mayo de 2007

Era lógico, era natural, era lo que correspondía. Era un perro viejo.
Era, sin duda alguna su más fiel compañía desde que paulatinamente sus hijos fueron dejando la casa familiar, para luego volver a poblarla de nietos los domingos.
Mariano tenía alrededor de 80 años y una vida hecha, era un hombre sencillo y sobre todo bueno. Era leal, sincero y honesto. Incapaz de dañar a nadie, pero también de pedir ayuda.
Enamorado cada día más de su mujer, a pesar de haber enviudado hace años.
La casa estaba vacía como nunca antes lo había estado, el ultimo de los hijos había abandonado la casa, y con el su mujer y su pequeña hija. Estaban solos, Mariano y su perro, que para estar a la par de sus hijos, solo le faltaba haber abandonado su casa junto con la adolescencia.
Pero el perro no, era el único que no había decidido irse. Era el único con el cual, Mariano tenía un pacto secreto de eterna compañía.
Paisano, así decidió llamarlo hacia ya alrededor de 12 años, al pequeño manto negro que a la larga se convertiría en un animal que jamás dejaría acercar a alguien hasta Mariano, que el presumiera con malas intenciones. Tal vez por ser quien mejor alimentó jamás a un perro, Mariano había ganado la confianza del Paisano, quien a cambio de su plato de comida todo los mediodías, sin hablar le juro a Mariano estar ahí cuando el lo necesite. Mariano lo sabia, ahí estaba su perro.
Las malas experiencias con perros anteriores hacían a Mariano temer que el perro se asomara a la calle. Creía, tal vez, que al conocer las maravillas mundanas de la ciudad el perro dejaría su casa y, con ella, el afecto y el lazo que entre ellos existía, para entregarse al lujo de la libertad y así destruirse. Cada mediodía el perro tenia su comida en el patio, y Mariano se limitaba a verlo desgarrar la carne con sus dientes cada día menos filosos y mas viejos, desgastados progresivamente de tener que lidiar con el esfuerzo de triturar lo que le ofrecían en un amoroso plato.
Nadie jamás entendió, la simpleza que unía a estos dos viejos, amigos, compañeros voraces y fieles, esperando jamás ser uno el que deba enterrar al otro. Ellos, creo, eran uno y uno era el destino que los esperaba. Al menos eso creían.
Paisano empezaba a deteriorarse mas rápido que su amo, las costras que habían aparecido en sus piernas se habían expandido entre su cuerpo, llegando al hocico, su pecho y orejas. Habían cubierto su vida, y la de Mariano.
Muchos veterinarios desfilaron por la casa de Mariano, tratando de mejorar la salud del perro que, pese al deterioro, siempre lograba levantarse al mediodía a degustar, con cada día más esfuerzo, la comida que Mariano preparaba.
Una mañana, Paisano, parecía estar despidiéndose de Mariano, rompiendo el pacto. Parecía dispuesto a, de unas ves por todas, dejarse morir para así lograr frenar esta agonía de días en penumbras entre la vida y la muerte.
Mariano, como cada mediodía, sirvió la comida y se sentó a mirar su perro, que estático, permaneció acostado sin fuerzas para alcanzar el plato.
A la tarde, el silencio se cortaba con aullidos de dolor del Paisano que cruzaban el aire.
Hasta que por fin, Mariano decidió cortar la agonía del perro, ordenando llamar a un veterinario para que le aplicara una inyección letal que permitiera al perro, su compañero, terminar su suplicio.
Los hijos de Mariano se encargaron de ejecutar su voluntad.
El viejo se limito a encerrarse en su habitación, para no ver la terrible ceremonia en donde su compañero seria muerto.
Ya eran las doce de la noche cuando sus hijos pasaron por la puerta de la habitación de Mariano a comunicarle que el perro yacía enterrado en el patio. La agonía había concluido.
A la mañana siguiente Mariano se levanto sonriente y se dispuso sobre la cocina.
Salio al patio y dejo sobre el piso, como cada día desde hacia ya 12 años, el plato de comida para Paisano, y se dispuso a ver comer a su perro.