martes, 19 de junio de 2007
La pregunta cruzo el aire y me golpeo el pecho.
-¿Soy mala?- suspiró- Decime la verdad, ¿crees que soy mala?-
Dude unos segundos.
-No, yo no creo que seas mala- tartamudeaba como un imbécil.
-Entonces, decime vos- siguió -¿Porque me sale todo mal?-
-No se...- respondí - El destino, supongo-
Mi respuesta carecía de todo lo que podía exigirsele a una de ellas en esta circunstancia.
Volvíamos, juntos, cada uno a su casa. La noche había sido similar a las demás, la ciudad no tenia demasiadas opciones para ofrecer y, siendo sincero, no creo que entretenga a nadie.
Ambos, con nuestros amigos, habíamos pasado una noche sin pena ni gloria.
Ella estaba, si la memoria no me falla (y puede que así sea, no suelo prestar demasiada atención en este tipo de detalles) con unas botas negras, calzas y una remera larga del mismo color. No me había percatado, hasta entonces, pero su atuendo concordaba de maravillas con la cara de velorio con la que regresaba a su casa.
Interrumpió el silencio en el momento exacto en el que estaba descubriendo rincones en su cara, que ahora se dejaban iluminar por los primeros rayos de sol de la mañana.
-Me quiero morir- resoplo.
Yo, que no soy nada bueno en las situaciones complicadas, solo atine a sonreír complice.
Me tomo de la mano.
Fuimos juntos en dirección a su casa. Si bien no habíamos acordado nada, no necesito pedirme que la acompañe para que yo lo haga. Puedo ser un mediocre, pero conozco lo que un hombre debe hacer en ciertas circunstancias.
Además ella estaba tan linda, que la sola idea de mirarla y llevarla de mi mano, provocaba en mi un vértigo extraño.
Su primer pregunta todavía merodeaba mi cabeza. ¿Quien habría sido el imbécil que hizo que, alguien como ella, se piense de semejante manera?
¿Soy mala me había preguntado?
Por un momento me recorrió el cuerpo unos enormes impulsos de frenarla y decirle que no, que no era mala. Que había tenido mala suerte, eso, mala suerte. Que yo la quería bien.
Pensé entonces en, por fin, animarme a decirle lo que sentía. A contarle, de una vez por todas, cuanto me gustaba hace tiempo. Por desgracia, solo junte coraje para comenzar a decirle cosas como, "ya vendrán tiempos mejores"
Dije una cosa con la que me recibí de tarado, "ese chico que esperas, seguro, que todavía no lo conoces, mira lo que te digo"
Pueden decirlo, soy un BOLUDO con todas las letras.
Doblando la esquina que anticipaba su casa la note igual de triste de como estaba cuando arrancamos la caminata.
Me despidió con un beso en el cachete mientras me agradecía la compañia.
Se dirigió a la puerta de su casa y coloco la llave en la cerradura.
Se giro a mirarme nuevamente y así me regalo los últimos segundos para gritarle lo que sentía.
No lo hice.
-Debo ser mala- concluyo, mientras cerraba la puerta
sábado, 9 de junio de 2007
Me despido con tanto amor (como puedo)
Voy a empezar esto como si fuera una carta de despedida.
Una carta de despedida que es, al menos, inusual. Llamarla inusual es una especie de justificativo, para que en esta carta no quepan rótulos tales como; insignificante, inútil. Mucho menos me gustaría que crean que es un último intento de recuperar terreno, un manotazo de ahogado.
Nada de eso.
Esto es simplemente, limítense a entenderlo de este modo, una carta de despedida inusual.
Es inusual porque de quien me despido no tengo noticias hace tiempo. Nos alejamos, y desde entonces las cosas cambiaron con vértigo. Nos quisimos. No me quiso, nos odiamos.
Me estoy despidiendo de alguien que no necesitó de esta carta para saberme fuera de carrera. Llevo escritas alrededor de 120 palabras inútiles a la vista de ella. No las quiere. No son necesarias para ella.
Son necesarias para mí.
En esto también es inusual esta carta.
Esta carta no tiene un destinatario claro. O tal vez si, pero se bifurca. Me despido de ella, pero me notifico de eso a mí.
Entonces estas palabras servirán de sentencia. Me condeno, ahora si, a darte por perdida. Veo hace tiempo todas las puertas cerradas, pero hoy las acepto.
Estoy aceptando la realidad. No hay primavera con vos. Si este invierno fue malo, el próximo también, y tal ves peor, mas frió, más triste. En un año cabe un solo septiembre y hoy acepto que no vuelve.
Con esta carta, incluso, abro los ojos y entiendo que nuestro septiembre quedo atrás. Es parte de otro calendario que deshoje día a día. Mes a mes.
Entonces, ese, mi presente perfecto se volvió pasado. Se añejó con cada amanecer. Se alejó ese septiembre donde sembramos promesas, que nadie creyó. Solo nosotros. Solo yo.
Promesas que rompimos, por crueldad, por imprudencia.
Y esos chicos de la foto. Los que sonríen a la cámara.
¿Qué pensarían ese momento?
Seguramente, tan solo se esforzarían por salir bien.
Lo que ellos no saben, es que se están sacando una foto en un mundo de mentira. Que lo que ellos creen su mundo en realidad no lo es. Es una parte ínfima y errónea del mundo real. Están inmortalizando felizmente un error.
Que alguien le avise a él que todo va a terminar mal. Que no se ilusione. Que se saque esa idea de la cabeza de que, por fin, encontró el camino. Se va a dar la cabeza contra la pared, yo se lo que les digo.
Díganle a ella, por favor, que piense lo que esta haciendo. Con eso no se juega.
Que interrumpan esa foto. Que no la saquen.
Esta inmortalizando, solo, un mal recuerdo
(la foto, igual, me la guardo)
Una carta de despedida que es, al menos, inusual. Llamarla inusual es una especie de justificativo, para que en esta carta no quepan rótulos tales como; insignificante, inútil. Mucho menos me gustaría que crean que es un último intento de recuperar terreno, un manotazo de ahogado.
Nada de eso.
Esto es simplemente, limítense a entenderlo de este modo, una carta de despedida inusual.
Es inusual porque de quien me despido no tengo noticias hace tiempo. Nos alejamos, y desde entonces las cosas cambiaron con vértigo. Nos quisimos. No me quiso, nos odiamos.
Me estoy despidiendo de alguien que no necesitó de esta carta para saberme fuera de carrera. Llevo escritas alrededor de 120 palabras inútiles a la vista de ella. No las quiere. No son necesarias para ella.
Son necesarias para mí.
En esto también es inusual esta carta.
Esta carta no tiene un destinatario claro. O tal vez si, pero se bifurca. Me despido de ella, pero me notifico de eso a mí.
Entonces estas palabras servirán de sentencia. Me condeno, ahora si, a darte por perdida. Veo hace tiempo todas las puertas cerradas, pero hoy las acepto.
Estoy aceptando la realidad. No hay primavera con vos. Si este invierno fue malo, el próximo también, y tal ves peor, mas frió, más triste. En un año cabe un solo septiembre y hoy acepto que no vuelve.
Con esta carta, incluso, abro los ojos y entiendo que nuestro septiembre quedo atrás. Es parte de otro calendario que deshoje día a día. Mes a mes.
Entonces, ese, mi presente perfecto se volvió pasado. Se añejó con cada amanecer. Se alejó ese septiembre donde sembramos promesas, que nadie creyó. Solo nosotros. Solo yo.
Promesas que rompimos, por crueldad, por imprudencia.
Y esos chicos de la foto. Los que sonríen a la cámara.
¿Qué pensarían ese momento?
Seguramente, tan solo se esforzarían por salir bien.
Lo que ellos no saben, es que se están sacando una foto en un mundo de mentira. Que lo que ellos creen su mundo en realidad no lo es. Es una parte ínfima y errónea del mundo real. Están inmortalizando felizmente un error.
Que alguien le avise a él que todo va a terminar mal. Que no se ilusione. Que se saque esa idea de la cabeza de que, por fin, encontró el camino. Se va a dar la cabeza contra la pared, yo se lo que les digo.
Díganle a ella, por favor, que piense lo que esta haciendo. Con eso no se juega.
Que interrumpan esa foto. Que no la saquen.
Esta inmortalizando, solo, un mal recuerdo
(la foto, igual, me la guardo)
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