sábado, 25 de julio de 2009
Lejos
Lejos. Es difícil estar lejos.
Sobre todo cuando aprendiste a estar cerca. Cuando aprendiste, incluso, a considerar cerca distancias que antes parecían largas. Como 9 cuadras, por ejemplo. Antes no caminaba 9 cuadras sin pensarlo y debatirlo con el aire y mis piernas, por lo menos un rato. En cambio ahora, que vos y yo vivimos a 9 cuadras, cuando me dispongo a ir hasta tu casa arranco y salgo. Total, me queda a la vuelta.
Y hoy que hay muchos más kilómetros que antes cuadras de distancia entre nosotros, uno se encuentra inequívocamente lejos. Irremediablemente solo.
Es difícil estar lejos. Es feo estar solo.
Es difícil esperar y llevo semanas esperando.
Por lo menos conseguí pasar la peor parte, y ahora me metí en la semana que desemboca en nuestro encuentro. Aprendí a ver la última semana de distancia como el puente entre el tiempo que paso, donde no estabas, y el tiempo que viene. Donde probablemente no te vuelva a soltar. Y lo aprendí, para dejar la desilusión de la distancia una semana antes y meterme de lleno en la emoción de preparar el reencuentro. Aunque de esta manera la ansiedad es todavía más inevitable.
El próximo sábado te vuelvo a ver y espero que los días pasen volando.
Que no te de tiempo de terminar de sacar los temas con la guitarra, ni a mi de afinar la garganta y nos crucemos rápido.
Total las canciones, como todo en nuestra vida, nos salen más lindas sin ensayo y a dúo.
domingo, 5 de julio de 2009
S/W 38º 22' 39''
sábado, 25 de abril de 2009
Anoche mi viejo y yo lloramos
Anoche mi viejo y yo lloramos.
Y no lloramos por un dolor que nos partía el alma, o los huesos. Tampoco mirábamos una película triste, de esas que uno mira como si no tuviera suficiente con la vida que lleva.
Lloramos de alegría.
Y como nosotros, lloraba Nano en su departamento y Alejandro en La Plata o Santiago del Estero. No los vi, pero no es difícil imaginarse que lloraban. Tampoco es complejo imaginarse la emoción incontenible de Graciela, Juan y Octavio desde el barrio 25.
O la de Alejo. Alejo y Valentín.
Ellos y otros miles lloramos anoche. Pero yo nombro a ellos porque los quiero y son en los primeros que pensé anoche, mientras lloraba. Y antes, mientras estaba nervioso y expectante con que suceda lo que ahora es verdad para siempre.
Y porque todos ellos la padecieron igual que yo. Que mi viejo y yo. Porque se bancaron la misma y única cargada que pueden decirnos. Pero que ahora ya no la van a poder decir más.
Entonces ¿quien me baja ahora de esto?. Si ya era optimista antes. Si mi viejo, Nano, Alejandro, Graciela, Octavio, Juan, Alejo y Valentín y otros miles, y yo, ya éramos optimistas antes, ahora somos eternos.
Y lloramos. Si, lloramos, de amor, de alegría. De que esta vez si. Y supera inmensamente la frustración de todas las otras veces que no.
Porque por fin anoche se nos dio.
A Nano, a Alejandro, a Graciela, Juan y Octavio, a Valentín y Alejo, a otros miles, a mi Viejo y a mi, se nos dio.
Porque anoche, San Lorenzo, por fin gano la Libertadores.
Texto, a la vista de muchos, optimista.
Yo, prefiero verlo como premonitorio
domingo, 12 de abril de 2009
Cicatrices
Las cosas no solo dependen de que uno le ponga voluntad, hasta el corazón. No siempre los objetivos llegan a buen puerto solo por el afán, obstinado, de uno. Mucho menos cuando se trata de algo de dos y hace fuerza uno solo.
Por eso, quedate tranquilo. Todo pasa. Porque la mina no era para vos, y es así. Se iba a caer por su propio peso más antes que después. Y se cayó. Y yo se que se te cae el mundo también. Sobre todo a vos, Leandro, que das tanto. Que le diste tanto a esto que al final no se dió.
Pero hay algo que te pinta de cuerpo entero. Algo que me dijiste ayer. Eso de que te dolía que la mina te deje por él, porque el tipo es una basura y la va a joder. Eso dijiste. Que te preocupaba que la jodan porque era una buena mina.
¿Te das cuenta, loco? Después de lo que esta mina te hace, vos te preocupas por lo que el fulano este, le pueda hacer a ella. Y eso es porque sos un buen tipo. Y porque la querías, obvio. Pero fundamentalmente por lo primero.
En lo personal, ya sabés, estoy con vos. En esta como en las demás. Pondremos el hombro y saldremos adelante.
Esto es un aprendizaje, vas a sacar cosas importantes. Aunque ahora te parezca que todo resta, que fue una porquería, que perdiste tiempo. El tiempo nunca se pierde cuando trascurre mientras uno hace cosas. Y vos a esta mina la amaste con locura. ¿Te parece poco?. Estuvo bien, estuvo mal. Para el caso es lo mismo. Vos siempre diste. Y aunque hoy sientas que tenes las manos vacías, si te fijas mejor te quedaron muchos premios de haber sido un tipo leal. Que dio todo.
Fíjate bien.
Están entre los costurones y las cicatrices de ese corazón enorme que diste y no te lo cuidaron.
jueves, 26 de marzo de 2009
A Clara hay veces que se le llenan los ojos de lagrimas
A Clara hay veces que se le llenan los ojos de lágrimas. Y ya no son pocas las veces.
Por supuesto que son muchas más las veces que se le llena la boca de risas. Porque sigue siendo Clara. Y Clara es Clara porque se ríe casi siempre.
Pensar que a ella le gustaba Mana por “En el muelle de San Blas”, porque le daba pena y melancolía. Y yo le discutía que ese tema era una copia barata de Penélope. Y ahora resulta que Clara es casi una Penélope, o la protagonista de la canción de Mana. Solo que su amado no es ni un caminante ni se va en barco. Pero se va igual.
Tampoco Clara lo va a esperar sentada, ni en Ezeiza ni acá. Pero lo va a esperar. Por lo menos por un tiempo. Hasta que se desilusione y deje de esperarlo. O en el mejor de los casos, hasta que él vuelva. Y ojala que vuelva, porque a Clara no le gusta esperar mucho. Y a mí no me gusta que se desilusione.
A Clara hay veces que se le llenan los ojos de lágrimas porque se esta preparando para cuando su novio se vaya a España. Entonces la melancolía la invade de saber que irremediablemente se tiene que ir. A su vez sabe que irremediablemente lo va a extrañar. Porque Clara es Clara porque extraña a la gente que se va y ella aprecia.
Clara recorre Buenos Aires y va mirando los lugares de este lado del charco, de donde supone que su novio no debería irse nunca. Por eso se le llenan los ojos de lágrimas. Y se le van a seguir llenando hasta que se vaya o hasta que por fin rompa en un llanto liso y llano. Hasta que se aburra de llorar y esperar.
Hasta que por fin le comuniquen que su novio vuelve y ella pueda mirar los paisajes de este lado del charco con sonrisas de ilusión.
Con la ilusión de quien recobro lo que le pertenece, para intentar quedárselo para siempre.
Pero por ahora, a Clara hay veces que se le llenan los ojos de lágrimas.
Para mi amiga
Por lo mucho
Que la quiero
lunes, 9 de febrero de 2009
Seguir durmiendo.
Yo antes creía que no había sensación más linda que la de apagar el despertador y seguir durmiendo. Hasta ayer creía eso.
Creía que el momento perfecto en la vida era, al menos para mí, ese instante donde decidís cortar el ruido estridente y continuar con tu descanso y tus sueños.
Apagar ese despertador para el resto del día. Porque si uno tan solo posterga el bochinche para otro rato, para dormir un poquito mas, el tiempo inevitablemente transcurre y el momento precioso, inmaculado se quiebra en gritos desesperados de despertador. Estalla el cristal, se rompe la magia. Además cuando uno solo posterga el sonar del despertador sabe entre-sueños que la alegría, como en casi todo el resto las circunstancias de la vida, se rompe indefectiblemente de un momento a otro a causa del tiempo.
Apagar el despertador para el resto del día te da la plenitud de hacer morir las responsabilidades. Uno se vuelve a dormir con el regocijo de darse un gusto.
Hasta ayer creí que esa era la sensación más linda del mundo.
Pero hoy ya no lo creo.
Porque hoy volví a verla. Y en su momento creí que no la iba a ver más.
Pero hoy parece que la vida por fin me tira un centro. Parece además darme la oportunidad de aprender a cabecearlo. Esta vez, parece, tiene pensado dejármela a mano. Dejarla cerca para que cada vez que yo quiera y ella pueda nos veamos.
Porque diez días es muy poco tiempo para disfrutar de alguien que se parece tanto a un tesoro que hay que conservar como poco a las otras personas frecuentes.
Ayer la vi y sabe Dios la cantidad de veces que soñé ese momento. Saben muchos de mi impuntualidad a causa de apagar el despertador para seguir durmiendo, porque estaba soñando el encuentro de ayer
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