
Anoche mi viejo y yo lloramos.
Y no lloramos por un dolor que nos partía el alma, o los huesos. Tampoco mirábamos una película triste, de esas que uno mira como si no tuviera suficiente con la vida que lleva.
Lloramos de alegría.
Y como nosotros, lloraba Nano en su departamento y Alejandro en La Plata o Santiago del Estero. No los vi, pero no es difícil imaginarse que lloraban. Tampoco es complejo imaginarse la emoción incontenible de Graciela, Juan y Octavio desde el barrio 25.
O la de Alejo. Alejo y Valentín.
Ellos y otros miles lloramos anoche. Pero yo nombro a ellos porque los quiero y son en los primeros que pensé anoche, mientras lloraba. Y antes, mientras estaba nervioso y expectante con que suceda lo que ahora es verdad para siempre.
Y porque todos ellos la padecieron igual que yo. Que mi viejo y yo. Porque se bancaron la misma y única cargada que pueden decirnos. Pero que ahora ya no la van a poder decir más.
Entonces ¿quien me baja ahora de esto?. Si ya era optimista antes. Si mi viejo, Nano, Alejandro, Graciela, Octavio, Juan, Alejo y Valentín y otros miles, y yo, ya éramos optimistas antes, ahora somos eternos.
Y lloramos. Si, lloramos, de amor, de alegría. De que esta vez si. Y supera inmensamente la frustración de todas las otras veces que no.
Porque por fin anoche se nos dio.
A Nano, a Alejandro, a Graciela, Juan y Octavio, a Valentín y Alejo, a otros miles, a mi Viejo y a mi, se nos dio.
Porque anoche, San Lorenzo, por fin gano la Libertadores.
Texto, a la vista de muchos, optimista.
Yo, prefiero verlo como premonitorio