lunes, 9 de febrero de 2009

Seguir durmiendo.


Yo antes creía que no había sensación más linda que la de apagar el despertador y seguir durmiendo. Hasta ayer creía eso.
Creía que el momento perfecto en la vida era, al menos para mí, ese instante donde decidís cortar el ruido estridente y continuar con tu descanso y tus sueños.
Apagar ese despertador para el resto del día. Porque si uno tan solo posterga el bochinche para otro rato, para dormir un poquito mas, el tiempo inevitablemente transcurre y el momento precioso, inmaculado se quiebra en gritos desesperados de despertador. Estalla el cristal, se rompe la magia. Además cuando uno solo posterga el sonar del despertador sabe entre-sueños que la alegría, como en casi todo el resto las circunstancias de la vida, se rompe indefectiblemente de un momento a otro a causa del tiempo.
Apagar el despertador para el resto del día te da la plenitud de hacer morir las responsabilidades. Uno se vuelve a dormir con el regocijo de darse un gusto.
Hasta ayer creí que esa era la sensación más linda del mundo.
Pero hoy ya no lo creo.
Porque hoy volví a verla. Y en su momento creí que no la iba a ver más.
Pero hoy parece que la vida por fin me tira un centro. Parece además darme la oportunidad de aprender a cabecearlo. Esta vez, parece, tiene pensado dejármela a mano. Dejarla cerca para que cada vez que yo quiera y ella pueda nos veamos.
Porque diez días es muy poco tiempo para disfrutar de alguien que se parece tanto a un tesoro que hay que conservar como poco a las otras personas frecuentes.
Ayer la vi y sabe Dios la cantidad de veces que soñé ese momento. Saben muchos de mi impuntualidad a causa de apagar el despertador para seguir durmiendo, porque estaba soñando el encuentro de ayer